Entonces Dios lo miro y su corazón latió más fuerte. El, solo, indefenso: con nada más que unos harapos y unos pequeños labios que temblaban, tal vez por el frió o tal vez por la mirada imponente que caía sobre él. Lentamente el dedo de dios se acerco. La ligereza y suavidad del movimiento contrastaban con la fuerza que exhalaba. Ahogo un grito y sin pensarlo cerró la puerta del catecismo: Por su pequeña mente de 6 años jamás volvió a atravesarse la idea de la confesión.
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